Educación emocional, ¿estamos descuidando la educación en valores?

Educación emocional en valores escuela de las emociones

Cada día se está valorando más el importante papel que juega en nuestras vidas el tener un adecuado desarrollo a nivel de nuestra inteligencia emocional y por extensión también el de la importancia de la educación emocional desde la más tierna infancia, tanto en casa como en el ámbito escolar.

Sin embargo, ¿podríamos decir que es suficiente simplemente con enfocarnos en la educación emocional de nuestros hijos? ¿Es posible que se nos quede algo en el tintero? ¿Podría ser, quizá, que haya diversas formas de entender qué es inteligencia emocional o que las características con que la definimos no sean completas (mis disculpas para el señor Goleman)?

Estas preguntas, que no pretendo responder exhaustivamente (sólo son flashes para la reflexión), están relacionadas con un interesante estudio de la Universidad de Toronto difundido en un artículo de la revista XLSemanal por Eduard Punset.

 

ESTUDIO

Simplemente cito la parte del artículo en la que se habla del experimento.

“En la Universidad de Toronto, los expertos recurrieron al maquiavelismo e idearon un método para medir las estrategias de gestión emocional.

El resultado fue que los profesores más experimentados para engañar o causar daño eran, justamente, los que más elevadas notas habían sacado en gestión emocional.

Los alumnos que habían dado pruebas de mayor maquiavelismo, así como de sus malas intenciones, mostraban índices muy elevados también de conocimientos emocionales: estaban utilizando su conocimiento emocional para buscar recompensas en beneficio propio.”

 

EDUCACIÓN EMOCIONAL Y EDUCACIÓN EN VALORES

No puedo negar que el resultado de este estudio me resulta muy sugerente en muchos aspectos. Por ejemplo, es cierto que sería interesante profundizar más a fondo sobre cómo se han elaborado los test. Estoy pensando, a modo de ejemplo concreto, en que la empatía es un rasgo característico de la inteligencia emocional. ¿La han tenido en cuenta al valorar a los sujetos del estudios?, ¿o será quizá que la actitud empática se puede fingir si eres una persona con alta capacidad de autogestión emocional? Sólo con estas dos preguntas ya tendríamos para un debate (por cierto, personalmente conozco personas con un alto nivel de autocontrol emocional y que reflejan un alto nivel de empatía, sobre las cuales, sólo el tiempo y una relación continua muestran que esa supuesta empatía es sólo una estrategia para conseguir sus fines; otras veces se desvelan ellos mismos cuando ya no les interesa lo que puedan “sacar” de esa relación hacia la que fingen empatía).

Uno de los modos más sencillos para definir qué es la inteligencia emocional sería como la “capacidad de influir”. ¿Sencillo, verdad? ¿Pero qué quiero decir con influir (voy a aclararlo para no crear confusión)? Hablo de influir en dos sentidos, uno interno y otro externo. Influir sobre uno mismo, sobre las propias emociones, tener capacidad de control sobre el mundo interior propio. E influir sobre el mundo emocional ajeno, sobre las emociones de los individuos que nos rodean y sobre los estados emocionales globales de un grupo (a veces no tiene el por qué ser influir en el sentido de poder cambiar los estados emocionales sino también se consideraría influir el saber reconocerlos y utilizarlos en favor de unos objetivos). De ahí que cuando se mencionan los rasgos principales que definen a una persona con alta inteligencia emocional se hable de capacidades como las de: autogestión emocional, automotivación, empatía, capacidad de liderazgo y persuasión, etc.

Todos reconocemos lo valiosas que son estas capacidades y nos gustaría crecer en ellas así como ayudar a nuestros hijos para que las desarrollen. Sin embargo, cuando hablamos desde la IE se suelen presuponer una serie de valores personales, para los cuales el tener estas capacidades ayudarán a poder vivir más íntegramente. Pero puede ser que aquí esté el error… o no. ¿Se puede tener un alto nivel de influencia sobre uno mismo y sobre los demás y carecer de unos valores morales que consideraríamos necesarios y en realidad sólo fingirlos en pro de los propios intereses (honestidad, lealtad, justicia, empatía, solidaridad, servicio…)?

Voy a dejar la respuesta a merced de cada lector. Sin embargo, sí que me gustaría reflexionar sobre algo que compete al trabajo de educadores emocionales que todos tenemos sobre algunas de las personas que nos rodean, y lógicamente de un modo especial sobre nuestros hijos e hijas. Se están difundiendo una serie de consejos tópicos sobre qué es educar emocionalmente como si estos consejos fueran por sí mismos la panacea. Son consejos buenos, válidos, pero que si nos quedamos sólo en ellos considero que nuestra labor educativa, tanto emocional como en valores, se puede quedar muy coja.

Se está difundiendo la idea de que la clave es ayudar a los niños a reconocer sus emociones, aceptarlas y gestionarlas. Para ello ayuda la comprensión empática de sus emociones, el ser ejemplo en el modo de expresar las nuestras, el ayudar al niño o niña a aceptarlas y a reconocer el motivo por el que se siente de ese modo. Ayuda también la utilización de juegos de diversos tipos que ayudan al autoconocimiento (¡y también a la empatía! ¡Chapó!). Pero sobre todo se enfoca como consejo principal el no reprimirlas, el expresarlas de una forma adecuada.

Todo esto son consejos inmejorables. Somos conscientes de que un niño que crece en un ambiente así tendrá muchas más posibilidades tanto de ser feliz como de alcanzar muchas de las metas que se proponga. Sin embargo, ¿qué papel tienen los valores en nuestro modo de educar –hablo de papel práctico, real, no sólo como intención o deseo-? Me pregunto (y sólo es una pregunta-reflexión, pueden haber diferentes contestaciones): ¿Es posible que eduquemos un niño o niña con una alta capacidad de gestión emocional y que de mayor sea un manipulador que cuide y sea encantador con aquellos seres cercanos que le rodean –porque es consciente de que son claves para su felicidad- pero sin consideración hacia aquellos otros de los que sólo les interese conseguir algo puntualmente? ¿Es posible que tenga una gran capacidad de empatía e influencia emocional positiva hacia sus seres más cercanos y queridos pero que, llegado el momento de un conflicto interpersonal sobre el cuál considere que no vale la pena la inversión de esfuerzo en esa relación en base a lo que le puede producir de réditos de felicidad, les “de una patada” y a seguir con otra cosa? Y podría añadir más preguntas en esta línea.

 

FINALIZANDO

Igual te parecen preocupantes estas posibilidades que planteo en las anteriores preguntas o al revés, crees que es lo lógico y normal porque consideras que la vida es para vivirla en base al bienestar de uno mismo, que el “yo” es la medida de todas las cosas.

Si tu reacción es la segunda, la parte final de este post no es para ti.

Si es la primera, o sea, si consideras que valores como la justicia, la lealtad, la honestidad, la sinceridad, etc., son valores en sí mismos y que no dependen del bienestar propio, si consideras que en ocasiones habrá que primar la justicia o la misericordia aunque esto suponga en ocasiones un claro perjuicio personal, me permito lanzarte –y lanzarme- algunas preguntas de reflexión.

¿Qué estamos haciendo para enseñar de forma clara y concisa esos valores?

¿Nos hemos encontrado, en ocasiones, en conflicto con lo que aparentemente sería el protocolo adecuado de educación emocional a la hora de tener que manifestar la importancia de un valor?, ¿cómo ha sido?, ¿cómo lo hemos resuelto?

¿Estamos, quizá, diciendo que no queremos educar en ciertos valores a nuestros hijos porque queremos que ellos escojan libremente de mayores?, ¿consideramos que es posible la educación neutra en valores en la infancia?, ¿qué valores nos gustaría que asimilaran nuestros hijos: los nuestros o los del entorno?

Por último, me gustaría dejar muy claro que en ningún momento estoy poniendo en contraposición la educación emocional con la educación en valores. Ni siquiera es mi intención que parezca que estoy diciendo que son dos modos diferentes de educar. No va por ahí. Solamente quiero llamar la atención sobre que podemos caer en la tentación de magnificar tanto la importancia de educar en gestión de las emociones como recurso básico para la vida que podemos olvidar que esos valores morales que nos gustaría que nuestros hijos desarrollaran también deben de ser enseñados prioritariamente –y de una forma práctica- en el ambiente familiar. Educados en valores van a serlo igualmente, si no lo hacemos nosotros lo hará otro en nuestro lugar, no lo dudes.

Un saludo.

Jonathan Secanella

 

Te dejo algunos enlaces que creo que también te pueden interesar:

– 5 consejos para evitar en nuestros hijos actitudes egoístas y de baja autoestima

– ¿Pueden ser contraproducentes las etiquetas positivas en los niños?

– El libro de las emociones (juego de educación emocional)

– Enseña a tu hijo a ser asertivo mientras le preparas un sandwich.

– 4 mitos tóxicos sobre nuestros hijos.

– Mi hijo, las rabietas y Supernanny.

 

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